viernes, 16 de agosto de 2013

¿CÓMO ES, REALMENTE, JUAN LUIS CARDENAL CIPRIANI? *

He estudiado 12 años con el Cardenal Cipriani. Cinco en Inmaculado Corazón y Siete en El Colegio marianista Santa María (ahora en Chacarilla).

Nunca fuimos de la misma collera. pero si alguien a quien saludaba habitualmente y observaba con atención.
Lo primero que debo decir de él, es que es (no fue) un gran deportista y un ejemplo a seguir en el basquetbol. Percibí que era un muchacho religioso cuando nos pasamos, casi toda la Promoción, al Colegio Santa María. Era (y es)  de hablar fuerte y claro para exponer sus ideas. Usaba (y usa) el castellano con todas las palabras que nos regala nuestro idioma. No me lo imagino (o recuerdo) llamarle “tonto” a un “cojudo”. Las cosas claras, señor.

Yo pertenecía al grupo de los “nerds” (palurdos) pero tenía una actividad intelectual inimaginable para  la mayoría de mis promocionales. Desde cuarto de media, salía del colegio, me subía en un bus “Tacna-Trípoli” y me iba al Diario La Prensa en el Jirón de la Unión, donde para malestar de mis amados padres me quedaba hasta el primer cierre. Regresaba a mi casa y me echaba a dormir sin hacer los deberes del colegio. Casi siempre fui penúltimo de mi salón, aunque nunca fui a clases de verano o me jalaron de año porque descubrí el sistema de los profesores. Cuando repetían algo en clases, era para mí seguro, que eso iba a estar en los exámenes del mes y finales. Lo apuntaba en mi entintado cuaderno (usábamos tinta Pelikan, u otras líquidas), los lapiceros de tinta seca estaban prohibidos porque malograban la caligrafía (como está demostrado).

En el verano entre segundo y tercero de media, me detectaron tuberculosis. Mis padres, personas consientes, hablaron con el Padre Heil en el colegio, quien aceptó que estudie en mi casa con los libros y cuadernos que él me enviaba. Nunca le dijo nada a nadie, ni a los otros hermanos y sacerdotes. La medicación demandaba unas inyecciones dolorosísimas que me tuvieron cojeando por meses. Me apartaron de juegos físicos con mis hermanos y tenía mis propios platos y cubiertos, además de “ojo avizor” se mis padres y mi abuela.

En diciembre de ese año, ya no era contagioso y pude ir al Colegio con mi bléiser a dar exámenes que eran con jurados externos enviados por el Ministerio de Educación, Me disculparan pero, cada uno era más borrico que el otro.

VOLVIENDO A CIPRIANI. Recuerdo que cuando entre al colegio en la Avenida Santa Cruz (nos mudamos en el quinto año a un colegio bello que diseño mi padre).
Después de meses el primer condiscípulo que vi cuando llegue al patio, fue a Juan Luis Cipriani. El ni se acordará, pero se me acercó, me preguntó si había estado enfermo (no le dije de qué) y con una gran caridad cristiana, me dio un largo tiempo y me hizo sentir bienvenido y extrañado.
Nunca lo olvidaré porque lo hizo de corazón. Luego se me acercaron otros compañeros, pero todos me trataron como si me hubiesen visto el día anterior, a pesar de que yo era huesos y pellejos, pero sano. Parecía que nadie había notado mi ausencia de más de ocho meses más que algunos pocos amigos palurdos, como yo.

La caridad cristiana no se satisface dándole 50 centavos a un niño zarrapastroso mientras se espera que el semáforo nos de paso. Eso es comprar nuestra tranquilidad. “toma, vete y no fastidies”.
Ocho años más tarde, la agencia de noticias para la cual trabajaba en Nueva York City (Reuters), me sobornaron para ser el jefe en Tokio. Tokio era además el centro de descanso, refugio y emisiones de prensa de los corresponsales de la terrible guerra de Vietnam.

Un buen (o mal) día, decidí ir yo mismo para que mis periodistas supieran que yo no era más que un mandón seguro en Tokio.

Me presente personalmente a la Oficina de Intereses Norteamericanos (“USA Interests Office”, que no era otra cosa que un frontis de la CIA) en Tokio. Dos días más tarde viaje en un C-120  de carga (incomodísimo) a Vietnam.

Me alojé en un hotel céntrico y me acerqué a la “USA interests Office in Vietnam” (obviamente otra agencia de la CIA). Antes de darme cuenta estaba vestido con ropa de camuflaje (que aún conservo), mis cámaras y ningún arma (los reporteros no portan armas). En la espalda de “mis uniformes” (dos. Un poncho, una frazada pequeña y una cantimplora. Mis uniformes tenían un aviso grande bordado en amarillo que decía “prensa” en Ingles y en Khmer. Siempre supuse que el color amarillo era para que el Việt cộng apunte con certeza a “ese gringo desarmado  que sólo escribirá mentiras” (puntos de vista, que todos tenemos).
En una patrulla (decisión mía) íbamos en fila. Diez personas. Ocho reclutas, un Suboficial de primera y yo. En el monte, no muy lejos del Campamento de Avanzada, un soldado piso una mina saltarina (minas diseñadas para explotar a unos setenta centímetros sobre el terreno y herir a la altura de la ingle. Horror de los varones).

A mí, quien estaba a unos 5 metros, me cayó una esquirla (cuyo recuerdo veo todos los días al bañarme).  Uno de los reclutas jovencito (el que piso la mina) murió, yo tenía una herida superficial al costado derecho del abdomen y había otros heridos. El Sargento llamó por radio y pidió evacuación inmediata. Tuvimos que correr todos (menos el fallecido al  LZ (Landing Zone = Área de Aterrizaje del helicópteros) como unos atletas olímpicos y disparando a la maleza (yo, ilegalmente con la M16 del pobre adolescente fallecido) para alejar, si los hubiese, a los enemigos. Al subir al helicóptero el Sargento me dijo “Keep quite. You´ve never had a pistol, thanks” (No digas que has usado un arma, gracias”), 
Ya en el Campamento Base, me curaron lo que parecía una herida superficial con agua oxigenada, sulfamida y tres curitas). Pasaron las semanas, los años y regresé a Nueva York. Me empecé a sentir mal y era obvio que no pasaba los alimentos. Una noche de Acción de Gracias, un amigo me llevó. Casi a empujones al New York City Hospital. 

El médico principal, Steven Dressner, diagnostico peritonitis casi inmediatamente y ordenó que preparen una sala de operaciones. “No”, dije yo “Pónganme en una ambulancia al aeropuerto para regresar a Lima”. Dressner me dijo: “a la ambulancia llegas porque está aquí, al aeropuerto, quizás y al Perú de ninguna manera”. Estás muy mal. De allí me pasaron a la sala de operaciones) lógicamente no recuerdo nada. Al día siguiente Steven vino a verme y entre mis horribles dolores me dijo: “Te tenemos que operar de nuevo porque te bajó mucho la presión y lo que tienes no es peritonitis ni nada que se le parezca. Hemos encontrado esta esquila (como de tres centímetros de circunferencia). “¿Has estado en un accidente o en un acto violento? Ya avisamos a la policía. Están aquí y quieren hacerte algunas preguntas”.
Pasaron dos educados policías de civil y me hicieron algunas preguntas. Cuando vieron la esquirla y les dije que había estado en Vietnam, cerraron el caso y nunca más los vi.

A lo que voy y ¿por qué tiene que ver con el Cardenal Cipriani?
Era lunes y yo había comulgado (mas por superstición que por Religión) el Domingo. Presentía que estaba muy enfermo y no quería que San Pedro me ponga cabe a la entrada. Yo había registrado mi religión en emergencia, mientras me llevaban a la sala de operaciones.
Al día siguiente, a mediodía, entró un cura a mi cuarto y me preguntó si quería confesarme o los Santos Oleos. Le dije: “No gracias. Estoy bien con Dios y no he tenido tiempo para pecar”. El cura majadero me dijo: “No me estén llamando a las últimas, porque no vendré”.

Eso, mis queridos lectores hace la diferencia entre un buen y mal sacerdote. No sólo me pronosticó mi muerte, si no le falto caridad y no sólo en sus palabras si no en su amargo tono de voz. Estaba en un cuarto solo de cuidados especiales frente a la estación de enfermeras. Podría haberse sentado dos minutos a hablar conmigo. ¿Por qué esa rudeza? ¿Por qué se fue sin despedirse? ¿Por qué trato de tirar la puerta? (no pudo porque a pesar de ser invierno, el aire acondicionado estaba prendido (estaba con una fiebre altísima y obviamente en grave riesgo de dejar a mis hermanos y amigos). La puerta tenía ese mecanismo para cerrarse sola despacio. A la entrada había seis batas en ganchos para que los médicos y enfermeras se pudieran abrigar al entrar. Yo. Por supuesto no sentía el frio. Sino el calor de la fiebre.

Me molesté con el cura, no así con la Iglesia. En todas partes hay cojudos. La caridad no consiste en comprarla para que se vayan. Es mas, la caridad se da en muchas formas. Escuchando problemas ajenos, parando en un accidente a ver ¿cómo puede uno ayudar? Cediendo el paso, acompañando a los enfermos, consolando a los niños y mil formas más.

Parece ser que el Papa Francisco ha traído nuevos aires a nuestra Iglesia. Ojala sea escuchado con atención, no solo por los laicos, sino por todos, cristianos, musulmanes, judíos, sectarios y todos los que creemos en un solo Dios. Por lo tanto es el mismo Dios de todos.


1 comentario:

Félix Delgado Narváez dijo...

Hermosa historia, de una vida intensa y llena de capítulos y personajes. Contada de manera simple y directa como la vida misma. Como si estuviéramos sentados en el bar, con una copa en la mano y todo el tiempo del mundo por llenar. Gracias por eso. Y salud. (Félix Delgado Narváez)

Seguidores

METRO PRESS & PHOTO

Datos personales

Mi foto
Lima, Lima, Peru
Metro Press & Photo SAC (mesa de prensa, base Lima) RUC 20543013839 RUC 20475526059 La intención es conocernos mejor y compararnos con otros. Di o muestra lo que quieras.