¿CÓMO ES, REALMENTE, JUAN LUIS CARDENAL CIPRIANI? *
He estudiado 12 años con el Cardenal Cipriani. Cinco en
Inmaculado Corazón y Siete en El Colegio marianista Santa María (ahora en
Chacarilla).
Nunca fuimos de la misma collera. pero si alguien a quien
saludaba habitualmente y observaba con atención.
Lo primero que debo decir de él, es que es (no fue) un gran
deportista y un ejemplo a seguir en el basquetbol. Percibí que era un muchacho
religioso cuando nos pasamos, casi toda la Promoción, al Colegio Santa María. Era
(y es) de hablar fuerte y claro para
exponer sus ideas. Usaba (y usa) el castellano con todas las palabras que nos
regala nuestro idioma. No me lo imagino (o recuerdo) llamarle “tonto” a un
“cojudo”. Las cosas claras, señor.
Yo pertenecía al grupo de los “nerds” (palurdos) pero tenía
una actividad intelectual inimaginable para
la mayoría de mis promocionales. Desde cuarto de media, salía del
colegio, me subía en un bus “Tacna-Trípoli” y me iba al Diario La Prensa en el
Jirón de la Unión, donde para malestar de mis amados padres me quedaba hasta el
primer cierre. Regresaba a mi casa y me echaba a dormir sin hacer los deberes
del colegio. Casi siempre fui penúltimo de mi salón, aunque nunca fui a clases
de verano o me jalaron de año porque descubrí el sistema de los profesores.
Cuando repetían algo en clases, era para mí seguro, que eso iba a estar en los
exámenes del mes y finales. Lo apuntaba en mi entintado cuaderno (usábamos tinta
Pelikan, u otras líquidas), los lapiceros de tinta seca estaban prohibidos
porque malograban la caligrafía (como está demostrado).
En el verano entre segundo y tercero de media, me detectaron
tuberculosis. Mis padres, personas consientes, hablaron con el Padre Heil en el
colegio, quien aceptó que estudie en mi casa con los libros y cuadernos que él
me enviaba. Nunca le dijo nada a nadie, ni a los otros hermanos y sacerdotes.
La medicación demandaba unas inyecciones dolorosísimas que me tuvieron cojeando
por meses. Me apartaron de juegos físicos con mis hermanos y tenía mis propios
platos y cubiertos, además de “ojo avizor” se mis padres y mi abuela.
En diciembre de ese año, ya no era contagioso y pude ir al
Colegio con mi bléiser a dar exámenes que eran con jurados externos enviados
por el Ministerio de Educación, Me disculparan pero, cada uno era más borrico
que el otro.
VOLVIENDO A CIPRIANI. Recuerdo que cuando entre al colegio
en la Avenida Santa Cruz (nos mudamos en el quinto año a un colegio bello que
diseño mi padre).
Después de meses el primer condiscípulo que vi cuando llegue
al patio, fue a Juan Luis Cipriani. El ni se acordará, pero se me acercó, me
preguntó si había estado enfermo (no le dije de qué) y con una gran caridad
cristiana, me dio un largo tiempo y me hizo sentir bienvenido y extrañado.
Nunca lo olvidaré porque lo hizo de corazón. Luego se me
acercaron otros compañeros, pero todos me trataron como si me hubiesen visto el
día anterior, a pesar de que yo era huesos y pellejos, pero sano. Parecía que
nadie había notado mi ausencia de más de ocho meses más que algunos pocos
amigos palurdos, como yo.
La caridad cristiana no se satisface dándole 50 centavos a
un niño zarrapastroso mientras se espera que el semáforo nos de paso. Eso es
comprar nuestra tranquilidad. “toma, vete y no fastidies”.
Ocho años más tarde, la agencia de noticias para la cual
trabajaba en Nueva York City (Reuters), me sobornaron para ser el jefe en
Tokio. Tokio era además el centro de descanso, refugio y emisiones de prensa de
los corresponsales de la terrible guerra de Vietnam.
Un buen (o mal) día, decidí ir yo mismo para que mis
periodistas supieran que yo no era más que un mandón seguro en Tokio.
Me presente personalmente a la Oficina de Intereses
Norteamericanos (“USA Interests Office”, que no era otra cosa que un frontis de
la CIA) en Tokio. Dos días más tarde viaje en un C-120 de carga (incomodísimo) a Vietnam.
Me alojé en un hotel céntrico y me acerqué a la “USA
interests Office in Vietnam” (obviamente otra agencia de la CIA). Antes de
darme cuenta estaba vestido con ropa de camuflaje (que aún conservo), mis
cámaras y ningún arma (los reporteros no portan armas). En la espalda de “mis
uniformes” (dos. Un poncho, una frazada pequeña y una cantimplora. Mis
uniformes tenían un aviso grande bordado en amarillo que decía “prensa” en Ingles
y en Khmer. Siempre supuse que el color amarillo era para que el Việt cộng
apunte con certeza a “ese gringo desarmado
que sólo escribirá mentiras” (puntos de vista, que todos tenemos).
En una patrulla (decisión mía) íbamos en fila. Diez
personas. Ocho reclutas, un Suboficial de primera y yo. En el monte, no muy lejos
del Campamento de Avanzada, un soldado piso una mina saltarina (minas diseñadas
para explotar a unos setenta centímetros sobre el terreno y herir a la altura
de la ingle. Horror de los varones).
A mí, quien estaba a unos 5 metros, me cayó una esquirla
(cuyo recuerdo veo todos los días al bañarme).
Uno de los reclutas jovencito (el que piso la mina) murió, yo tenía una
herida superficial al costado derecho del abdomen y había otros heridos. El
Sargento llamó por radio y pidió evacuación inmediata. Tuvimos que correr todos
(menos el fallecido al LZ (Landing Zone
= Área de Aterrizaje del helicópteros) como unos atletas olímpicos y disparando
a la maleza (yo, ilegalmente con la M16 del pobre adolescente fallecido) para
alejar, si los hubiese, a los enemigos. Al subir al helicóptero el Sargento me
dijo “Keep quite. You´ve never had a pistol, thanks” (No digas que has usado un
arma, gracias”),
Ya en el Campamento Base, me curaron lo que parecía una herida
superficial con agua oxigenada, sulfamida y tres curitas). Pasaron las semanas,
los años y regresé a Nueva York. Me empecé a sentir mal y era obvio que no
pasaba los alimentos. Una noche de Acción de Gracias, un amigo me llevó. Casi a
empujones al New York City Hospital.
El médico principal, Steven Dressner,
diagnostico peritonitis casi inmediatamente y ordenó que preparen una sala de
operaciones. “No”, dije yo “Pónganme en una ambulancia al aeropuerto para
regresar a Lima”. Dressner me dijo: “a la ambulancia llegas porque está aquí,
al aeropuerto, quizás y al Perú de ninguna manera”. Estás muy mal. De allí me
pasaron a la sala de operaciones) lógicamente no recuerdo nada. Al día
siguiente Steven vino a verme y entre mis horribles dolores me dijo: “Te tenemos
que operar de nuevo porque te bajó mucho la presión y lo que tienes no es
peritonitis ni nada que se le parezca. Hemos encontrado esta esquila (como de
tres centímetros de circunferencia). “¿Has estado en un accidente o en un acto
violento? Ya avisamos a la policía. Están aquí y quieren hacerte algunas
preguntas”.
Pasaron dos educados policías de civil y me hicieron algunas
preguntas. Cuando vieron la esquirla y les dije que había estado en Vietnam,
cerraron el caso y nunca más los vi.
A lo que voy y ¿por qué tiene que ver con el Cardenal
Cipriani?
Era lunes y yo había comulgado (mas por superstición que por
Religión) el Domingo. Presentía que estaba muy enfermo y no quería que San
Pedro me ponga cabe a la entrada. Yo había registrado mi religión en
emergencia, mientras me llevaban a la sala de operaciones.
Al día siguiente, a mediodía, entró un cura a mi cuarto y me
preguntó si quería confesarme o los Santos Oleos. Le dije: “No gracias. Estoy
bien con Dios y no he tenido tiempo para pecar”. El cura majadero me dijo: “No
me estén llamando a las últimas, porque no vendré”.
Eso, mis queridos lectores hace la diferencia entre un buen
y mal sacerdote. No sólo me pronosticó mi muerte, si no le falto caridad y no
sólo en sus palabras si no en su amargo tono de voz. Estaba en un cuarto solo
de cuidados especiales frente a la estación de enfermeras. Podría haberse
sentado dos minutos a hablar conmigo. ¿Por qué esa rudeza? ¿Por qué se fue sin
despedirse? ¿Por qué trato de tirar la puerta? (no pudo porque a pesar de ser
invierno, el aire acondicionado estaba prendido (estaba con una fiebre altísima
y obviamente en grave riesgo de dejar a mis hermanos y amigos). La puerta tenía
ese mecanismo para cerrarse sola despacio. A la entrada había seis batas en
ganchos para que los médicos y enfermeras se pudieran abrigar al entrar. Yo.
Por supuesto no sentía el frio. Sino el calor de la fiebre.
Me molesté con el cura, no así con la Iglesia. En todas
partes hay cojudos. La caridad no consiste en comprarla para que se vayan. Es
mas, la caridad se da en muchas formas. Escuchando problemas ajenos, parando en
un accidente a ver ¿cómo puede uno ayudar? Cediendo el paso, acompañando a los
enfermos, consolando a los niños y mil formas más.
Parece ser que el Papa Francisco ha traído nuevos aires a
nuestra Iglesia. Ojala sea escuchado con atención, no solo por los laicos, sino
por todos, cristianos, musulmanes, judíos, sectarios y todos los que creemos en
un solo Dios. Por lo tanto es el mismo Dios de todos.