sábado, 3 de abril de 2010

OPOSICIÓN AL PENSAMIENTO: FIN DE UNA ETAPA

OPOSICIÓN AL PENSAMIENTO


LA SOLEDAD, SANTA SOLEDAD Y, LA SOPA DE PIEDRAS EN LAS ALTURAS DE LOS ANDES.

Mi quehacer como redactor y fotógrafo me hicieron ”cómodamente” popular entre los que tienen poco que hacer y casi nada que decir; en el distrito “pudiente” , donde hasta hace poco vivía.

Como el distrito “de entonces”, es el más limpio, bonito, bien servido y visitado por muchos; caían por mi casa o estudio decenas de amigos a tomarse un cafecito o una copa de vino; retrasando mi trabajo como periodista, debo cumplir con horas de entrega en diferentes partes del mundo, obligándome a laborar rápidamente y, a confirmar los hechos en horas inoportunas para mis referentes. Entre mis defectos: Se me hace difícil negarme a alguien quien, parece necesitar compañía por un rato.

Hace un año me mude a un abandonado y destartalado y, ahora bonito departamento en un barrio popular (popular" por el nivel económico, no por muchas visitas inesperadas).

Paso horas leyendo, escribiendo o haciendo fotos, en mi nuevo (y más pequeño) estudio. De vez en cuando, algún amigo (y bienvenido sea) me telefonea para saber si puede acercarse a conversar y, preguntarme: “¿dónde puedo estacionar mi camioneta sin que se la roben?” Encargo el cuidado de los vehículos de mis visitas a mis delincuentes de confianza. A veces, me voy con mis forajidos locales a “chelear” en una cantina de la Avenida Grau y, de ellos aprendo. Me cuentan de Lurigancho y San Jorge y, la corrupción, “de paje a Rey”, que en esas prisiones están organizados por los mismos guardianes y celadores. Me cuentan orgullosos de sus fechorías, especialmente de aquellas en que escaparon sin ser descubiertos. Escondo mi clasemediera moral. Casi nunca me dejan pagar por las chelas.

Les cuento de mis años en Tokio; de la guerra de Vietnam; de mi viaje de Nueva York a Lima “tirando dedo” con mi hermano Alfredo; de “la guerra del futbol” entre Honduras y el Salvador; del golpe de estado de Pinochet; de las bellezas de la selva y los andes, tan distantes para ellos; de la “olla común” de los padres franciscanos en el Rimac, aquí nomás, en Lima; de cómo era Lima en 1960, del primer asalto a un banco en el Perú cuando todavía era un niño, del secuestro del “niño Graña”.

La distancia y la soledad me han convertido en una persona más productiva y, no añoro las visitas inesperadas.

La “lejanía” tiene muchas ventajas. Entre ellas la introspección; el estudio; los libros; el Internet; la memoria; mis fantasías: “si fuera archimillonario, las cosas lindas que haría…”.

No me ha vuelto "melancólico" ni "triste" y mucho menos "contagioso" y, nada deprimente o deprimido.

Tiene sus ventajas. Cuando deseo hablar con alguien, llamo por teléfono y concertamos una cita; conversamos (o lo que sea), nos reímos y nos despedimos y nadie sale "infectado".

A veces visito amigas y amigos que viven o trabajan en los barrios de las “cuatro por cuatro”. Trato de avisar que estoy llegando; a veces no puedo pero, tengo buen olfato para percibir si soy bienvenido o impertinente en el momento. Entonces un abrazo o un beso y continuo con mi vida y ellos con la suya.

Pueden pasar días en los cuales no veo a nadie más que a mis técnicos y, a mi cocinera que me cuentan sus asuntos. La escucho con atención y les “robo” sus formas de pensar. Mis hermanos, me llaman y los llamo. Sabemos, cómo estamos y como nos queremos y no faltan mis queridos tíos querendones.

Mi “mama” cocinera abancaina es una enciclopedia de conocimientos. Conversamos sobre la belleza de la flor de la alcachofa, las diferentes tipos de papas, como se prepara “la sopa de piedras” (la probé, una vez, de noche fría en el campo, cerca de Ollón. Estábamos viajando a lomo de bestia, Eleodoro Ventocilla-el viejo periodista y antropólogo andino-, Elsa Arana Freire -directora de “7 Días del Perú y el Mundo” de “La Prensa”-, varios arrieros, un millón de estrellas).

Lo que aprendimos, Elsa Arana y yo, de Eleodoro Ventocilla no está en ningún libro y, apenas en Internet, confundido entre sus homónimos.

Era yo un adolecente, aprendiz de periodista y, Eleodoro y Elsa (descansen en paz) me llevaban decenas de años de experiencia. Han pasado cincuenta años y, cuando hablo de “la sopa de piedras”, algunos creen que estoy “loquito”. Busqué en Internet y, para los que menos saben, dice que es una fábula. Pues, no es como lo cuentan, en una realidad absoluta; yo he probado la verdadera sopa de piedras. Es sabrosa y la receta no es un secreto. Los arrieros de Vinac, Tupe, Pirguay y de toda la serranía la conocen. Yo también pero, aquí en Lima, donde vivo, no se puede preparar.

Después de tomar mi sopa, me alejé del grupo y la fogata, hasta donde no podía escuchar el rumor de sus conversaciones en quechua. Caminé con una piel de oveja y una manta de lana, Hacía ese frio seco de las alturas. Me eché en la piel y me cubrí con la lana, mirando el cielo me quede dormido gozoso.

La señora que vende maní y periódicos (menos El Comercio) en la esquina de mi casa en Lima, me cuenta con orgullo sobre su hijo amado, que va a una buena universidad. Está a punto de graduarse de ingeniero agrónomo y, regresar a su pueblo en Puno.

A veces, la señora elegante pollerona, me regala unas frunas porque, los dos estamos aprendiendo y no quiere que me retire (ni yo irme). Hablamos en castellano y un poquito en mi descuidado quechua y reímos.

Cuando paso cerca, me llama. “¡Nacacho! mici ñawi" (¡Pishtaco! ojos de gato), me dice y, yo le digo; “Voy a mi “wasiy” (mi casa) a descansar. Dame El Trome, El Comercio borracho”. Se ríe siempre del mismo chiste y, me cuenta lo que está pasando en el barrio. Es una fuente de información. Sabe el “ir y venir” de todos.
“Ashcata quyaquiki, mamay” (te quiero mucho, mamaíta), me despido.

El mejor de los mundos, tengo uno divertido (“excéntrico”, piensan algunos) y, el “vivir” de personas que me enseñan lo que ni sospechaba, podía ser.

Estar sólo y no tener “vida interior” debe de ser terrible. La soledad es buena, para quienes tienen un mundo y, debe ser terrible para aquellos cuyo interior es árido, como la Luna; violento como algunos de mis delincuentes y pasteleros que pululan por mi barrio (y me tratan de “Don Coco”); aburrido, como el de los que no aman ni recuerdan a nadie; cruel para los que sólo tienen odios y rencores y fatal para los que envidian.

La soledad, como opción de vida, es maravillosa pero, la soledad, por abandono o por condena, debe ser insufrible.


Jorge Enrique Seoane
(Coco Seoane)

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